“PABLO MALANDRO” es la frase que alguien rayó sobre uno de los cientos de petrograbados en las montañas de la ribera norte del Lago de Chapala. En esta piedra, ubicada a un costado de la carretera que conecta Mezcala con la cabecera municipal de Chapala, se encuentran jeroglíficos que datan de 1200, y es tan solo una de las que han sido vandalizadas.
Desde finales de 2016, habitantes del lugar han identificado que varias obras rupestres han sido estropeadas con rayones e incluso dinamitadas con el fin de extraerlas, afirma una de ellos, la historiadora Rocío Martínez Moreno, quien ha buscado defender este patrimonio junto al Comisariado de Bienes Comunales del gobierno tradicional de Mezcala.
“En las pinturas rupestres, ubicadas en la parte más alta de la localidad, se ven huellas de que han ido a dinamitar dentro de la cueva para llevarse piezas. Poco a poco ese patrimonio que tenemos en el estado lo han ido destruyendo, pero también lo han saqueado para comercializar las piezas”.
La también estudiante del doctorado en Ciencias Sociales, en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), explica que en los últimos 15 años estos sitios se han vuelto más públicos, por lo que muchos van a visitar estas obras y algunos aprovechan para grabar su nombre en las rocas.
“Es un poco difícil, porque no hay ayuda del gobierno. Se supone que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Jalisco tendría que armar un plan para proteger estas piezas, así como la misma comunidad”.
Martínez Moreno señala que hace años el comisariado interpuso una denuncia ante el INAH sobre el cuidado de estas piezas; sin embargo, el personal de la instancia le dijo de manera extraoficial que ellos no tienen la capacidad de atender este patrimonio, y que sólamente se enfocan en los centros arqueológicos más conocidos.
Explica que el hecho de que la mayoría de las rocas estén en la montaña, alejadas de la zona habitacional, hace difícil preservarlas y cuidarlas como sucede con los vestigios que están en la isla de Mezcala, a la que diario acuden turistas.
“Mezcala se ha convertido en un pueblo turístico y esta entrada de personas también trae esta consecuencia, ya que no estamos educados para mantener estas piezas. El último año, el daño ha sido más drástico”.
Por lo pronto, para inculcar el respeto a este patrimonio, organizaron en el comedor comunitario Paradero Insurgente de Mezcala, una serie de talleres de concientización para que niños y jóvenes conozcan la importancia de preservar esta herencia prehispánica y prehistórica.
No cuentan con un censo por parte de las autoridades estatales, ni del INAH, que diga cuántas de estas piedras grabadas existen en la región Ciénega; las conocidas son resultado de la tradición oral de los habitantes o por la documentación que el ingeniero Juan Alfredo Morales del Río, académico del Centro Universitario de la Ciénega (CUCiénega), realizó en el libro Petroglifos de la Ciénega (2013).
La historiadora lamenta que muchas de los grandes petrograbados que muestra ese libro, ya no existen.
Origen de los petroglifos
Las rocas grabadas son tan comunes en esta zona de la región Ciénega, que muchas personas las cuidan celosamente en sus casas; incluso, cuenta Martínez Moreno, muchas de éstas muestran un espiral que representa un ojo de agua, y que se han encontrado cerca de veneros.
Aunque pocos conocen el significado de los mensajes grabados en las rocas, es indudable que son huellas de las culturas establecidas en esta zona del lago, tanto la tribu coca, como los humanos prehistóricos que plasmaron pinturas en la Cueva del Toro, al norte de Mezcala.
“No hay un estudio que nos diga una fecha exacta, pero hay aproximaciones. Las pinturas rupestres son las más antiguas. Hay arqueólogos que nos han mencionado que datan del 2000 antes de Cristo. Los colores rojo y negro son justamente los colores de ese periodo. Los petrograbados son de aproximadamente 1200 después de Cristo”.
La historiadora dice que las personas que habitan en la ribera norte de Chapala tienen la obligación de cuidar este patrimonio, así como denunciar el vandalismo que lo vulnera.
Fotografía: Alfonso Martínez