“El sol se fue volteando sobre las cosas y les devolvió sus formas”. Este fragmento descrito por Juan Rulfo no sólo se dibuja en nuestra imaginación por medio de las letras, sino que también puede aplicarse a fotografías únicas que logró capturar la mirada del autor jalisciense.
Por llanos, pueblos, ciudades, montañas y páramos, Juan Rulfo recorrió México con una aliada: su cámara Rolleiflex alemana. Con ella inmortalizó instantes del realismo mágico que creaba por medio de sus textos y que quedaron plasmados para la posteridad en un formato cuadrado de seis por seis a blanco y negro.
“Se trata de un fotógrafo autodidacta. La simbiosis que hay entre la fotografía y la obra literaria es increíble, algo único, su obra es poética. En Pedro Páramo encontramos frases que hacen mucha alusión a su fotografía”, afirma José Hernández-Claire, quien el pasado jueves 5 de octubre dio la charla “Juan Rulfo fotógrafo”, como parte de la Tercera Semana de la Fotografía, en el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD).
Hernández-Claire dice que conoció a Rulfo cuando en la preparatoria el poeta y maestro Ernesto Flores le presentó su obra literaria; sin embargo, fue hasta que estudió fotografía en Nueva York cuando supo de su trabajo gráfico, del que quedó fascinado y comprendió que seguía la misma línea que el narrativo: contaba historias.
“Su fotografía muestra lo mismo que su literatura, que aunque son diferentes, en ambas se pueden ver imágenes muy descriptivas del entorno, del espacio, del silencio. ‘Luego, unas cuantas nubes ya desmenuzadas por el viento que viene a llevarse el día’, este fragmento de Pedro Páramo deja ver el espacio, el cielo, la naturaleza”.
El interés de Rulfo por la antropología, arquitectura, historia y su pasión por el alpinismo lo llevaron a explorar el país de forma única. Así fue como obtuvo imágenes encomiables, como la serie de retratos que muestran a mujeres mixes de Oaxaca, las fotos de espacios arquitectónicos y paisajísticos de diversas partes de México, así como la fotografía titulada “Nada de esto es un sueño”, en la que se aprecia a dos arrieros en la penumbra de la tarde, camino al horizonte.
“El equipo fotográfico con el que trabajó implicó un problema mayor para hacer unas composiciones dinámicas, sin embargo las lograba. Él utilizaba diafragmas cerrados con los que tenía nitidez desde planos muy cerrados hasta el infinito”, explica Hernández-Claire.
“Su cámara era de doble lente, uno para enfocar y otro para capturar, pero para enfocar y tomar la foto se debía mirar a noventa grados hacia abajo. Él no tenía un contacto directo con los ojos de los sujetos a los que retrataba, al mismo tiempo pasaba inadvertido y no se daban cuenta de qué estaba retratando”.
Más de seis mil negativos son los que el autor originario de la región Sur de Jalisco dejó, asegura el maestro Hernández-Claire; no obstante, ese patrimonio no le bastó para colgarse una etiqueta.
“Yo no soy fotógrafo”, era el comentario de Juan Rulfo cuando alguien lo reconocía como tal. Su carácter discreto, reservado y hasta un poco tímido, caracterizó el temple de un hombre cuyos intereses lo llevaron a dejar obras que siguen siendo referentes para la cultura popular de México y Latinoamérica.
“Pese a eso, sus obras hablan de que era una persona comprometida en todo momento con la fotografía, con la sociedad, con su país, con el tiempo que vivió”, refiere Hernández-Claire.
Y recuerda que fue en 1980, durante una conferencia en la Universidad de Columbia, que tuvo el placer conocerlo personalmente. “Era una persona muy silenciosa, no esbozaba una sonrisa, siempre serio y muy discreto. Y por esa discreción, siento yo, su fotografía se conoció después que su obra literaria”.
Fotografías: Juan Rulfo / José María Martínez