Se nos dijo y no hicimos caso. El Sur de Jalisco vive una enfermedad que está acabando con los bosques y los síntomas se están volviendo cada vez más graves: la deforestación y la sobre-explotación del agua.
Recuerdo que así lo dijo la investigadora Fátima Housini Ezzahara, del Centro Universitario del Sur (CUSur) de la UdeG, el pasado abril: “Algunos bosques desaparecieron totalmente, y el aumento de la producción por riego es muy drástica, es como un virus que se expande”.
Según sus investigaciones, este problema, aunado al cambio de uso de suelo, alcanza 16 municipios: Amacueca, Atemajac de Brizuela, Atoyac, Gómez Farías, San Gabriel, Sayula, Tapalpa, Techaluta de Montenegro, Zapotiltic, Teocuitatlán, Tolimán, Tonila, Tuxpan, Zacoalco de Torres, Zapotlán de Vadillo y Zapotlán el Grande.
En estos sitios, la producción agrícola está ocasionando hundimiento en la superficie, debido a la disminución del agua subterránea, debido al riego. Incluso, la investigadora constató que por dicha situación la Laguna de Sayula bajó 15 metros en cinco años.
Según datos que fueron dados a conocer por la Universidad de Guadalajara, la investigadora comprobó que para producir 90 mil 835 toneladas de aguacate, que se son exportadas anualmente, se necesitan 76 mil 301 litros de agua. Irónico ¿no? se demanda agua para producir, pero se talan bosques que permiten retener dicho líquido.
La pesadilla de San Gabriel
Pero tras advertencia no hubo engaño, cuando ocurrió lo inesperado el pasado domingo 2 de junio en la cabecera municipal de San Gabriel. La tarde de ese día, el Río Salsipuedes (que cruza la localidad) canalizó una implacable avalancha de lodo y troncos talados que destruyó viviendas, ocasionó la muerte de cinco y una desaparecida, así como 3 mil damnificados.
Y aunque aquel evento fue multifactorial, como indicaron los especialistas, una de las mayores razones fue la pérdida de árboles en las tierras altas de la cuenca, debido al acaparamiento de tierras para cultivar el preciado oro verde: el aguacate.
Cualquiera que transite por la carretera que va de Sayula a San Gabriel puede ver cómo los montes están forrados de campos aguacateros, que restan terreno a los originarios árboles de pino y encino.
Esa tarde de domingo, aunque no llovió en San Gabriel, 72 mil 580 litros de agua corrieron cada segundo; imaginen la fuerza del agua que pudo mover troncos, destruyó bardas y se llevó automóviles, tal como las imágenes que todos vimos por televisión.
Este dato lo calculó el ingeniero forestal Juan Valencia García, también académico del CUSur, por medio de un simulador de flujos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en un mapa digital de la cuenca de este río.
“Antes del incendio, el caudal era de 18.71 metros cúbicos por segundo; después del incendio, el caudal aumentó a 72.58 metros cúbicos (litros) por segundo”, dijo el especialista.
Para conocer dicho dato, calculó el coeficiente de escurrimiento de la cuenca mediante un modelo matemático avalado por la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y tras conocer que la cantidad de agua de lluvia que cayó ese día en las montañas fue de 37 milímetros (una lluvia nada parecida a la de un huracán, que puede alcanzar 150 milímetros), descubrió que el escurrimiento en la cuenca antes de los incendios era de 6 por ciento y después de éstos, de 19 por ciento.
Con esto, dimensionemos el daño que ha causado la ambición de quitar tierras para satisfacer a la incesante hambre de producir más y más. La Tierra ya nos comienza a pasar factura, al menos aquí en Jalisco con cinco vidas, una persona sin paradero y 3 mil personas a los que el río les quitó todo.
Fotografías: Gustavo Alfonzo, UdeG.